Como un contraste a lo que pasó con ciertas películas (la verdad, cierta película) (ahora sí, lo prometo, no jodo más con el tema), no vi Meteoro con mucha expectativa y posiblemente por eso la disfruté. Un poco. Además, nunca fui fan de la serie, entre otras cosas porque nunca la ví (me enteré de que existía hace unos quince años, en una de esas primeras conversaciones que predecían el advenimiento de los otakus y de los hipernostálgicos ochenteros, en las que uno se sienta a comparar recuerdos de los dibujos animados de la infancia; varias veces me preguntaron si yo había visto Meteoro, pero no tenía ninguna imagen en la memoria), así que no podía salir herido o indignado. También por eso mismo en esta reseña no puede haber comparaciones, entonces la voy a escribir desde mi ingenuidad. Perdonarán los que sí.
Estaba preparado para ver una de esas historias monomaníacas tan japonesas, tan anime, por el estilo de Supercampeones, Caballeros del zodiaco o Pokemon, donde el protagonista no puede imaginar nada más allá del tema que lo obsesiona y el resto del mundo existe sólo en función de satisfacer sus ambiciones. Imagino que es un tema que resulta enfatizado por la estructura de serie, en la que se repiten discursos y detalles menores en cada capítulo. Afortunadamente en dos horas y algo la cosa resulta más convincente, y no es tan difícil creer que más que monomanía se trata de una tradición familiar, algo que incluso les sirve a los personajes para reforzar sus lazos. El inconveniente es que eso mismo les sirve a los directores, los hermanos Wachowski, para insistir en el formato inventado para Matrix Reloaded: una alternancia de escenas de acción con discursos pseudofilosóficos e iluminadores, que sólo logra que el efecto de unos y otras se entorpezca. Sin embargo en esta ocasión la cosa funciona mejor (no es muy difícil que algo funcione mejor que en Reloaded), lo que puede sembrar esperanzas para el futuro distante.
La historia es sencillísima, al punto de que podría prescindir de resumen. Suponerla con un mínimo de paranoia y aburrimiento es suficiente. En un mundo dominado desde las sombras por oftalmólogos increíblemente ricos y corruptos, quienes lo han diseñado todo (en particular las carreras de carros (y sus cochinas pistas)) para asegurarse de que las operaciones de retina, la verdadera fuente de su fortuna, sigan siendo necesarias, y quienes son lo suficientemente poderosos como para lograr que los guionistas no los mencionen, un niño/muchacho más bien humilde, Meteoro, tiene un sueño de triunfar en las carreras. Y lo logra. Etc. Aunque en este caso el etc es lo que va entre el sueño y el triunfo.
Hay una historia suficiente, exceso de colores, exceso de personajes (por mí que me quiten al hermanito-personaje-chistorete, Chispita, Chupelupe, no me acuerdo), algunos momentos emocionantes y otros sencillamente inverosímiles sin un joystick en las manos. Entre otras cosas vemos por fin las persecusiones y los carros que hacen artes marciales que esperábamos, aunque no prometieron, en Reloaded. La película es una mezcla de un pin-ball y 300: tiene la complejidad narrativa del primero y la profundidad de la segunda (dan ganas de ver a los personajes estrellarse contra el paisaje del fondo). Pero lo que puede ser su mayor virtud es también uno de sus mayores defectos: si quitáramos todo ese exceso de brillo no quedaría absolutamente nada. Es decir, los Wachowski abusan tanto de sus propias ideas, están tan cegados por ellas (desprendimiento de retina, seguramente), que ellos mismos se encargan de gastarlas, sin esperar a que algún otro director, tal vez más hábil, las recicle y les de un nuevo sentido. Su envidia los fuerza a descartar a lo largo de la película todo lo que han propuesto al principio, visualmente hablando: para el momento de los créditos, apenas un par de horas más tarde, lo que hemos visto ya es obsoleto.
Tal vez, después de ver algunas alusiones repetidas en esta reseña, se puede pensar que, en el fondo, Meteoro es un remake de la segunda película de la trilogía de Matrix. Después de todo, Meteoro también es el elegido. Y ya que estamos en esas, pensemos que, visto que les quedó mejor, es la verdadera segunda parte de la trilogía y todavía hay que esperar unos cinco años para ver la última. Eso le añadiría algo de interés y de variedad a la serie.
Calificación: Dos timones y medio
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