sábado, 14 de junio de 2008

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008) - Dir. Steven Spielberg

a.k.a. Indiana Jones y la caja de tomates podridos, ó Alien Vs. Indiana Jones.

No había escrito una reseña antes porque, la verdad, estaba tan indignado que no sabía cómo escribirla sin dañarle el entusiasmo a los demás. Ahora que ya ha pasado un tiempo y se han tenido oportunidades para verla, y Salvador escribió su reseña, se pueden decir un par de cosas.

De las tres series de películas que Salvador nombra, que nos hemos visto hasta el cansancio o hasta la sorpresa de no cansarnos, las de Indiana Jones son especialmente importantes para mí. Por eso hacía mi comentario de que alguna vez soñé con dirigir la cuarta. Quisiera no haber dicho que íbamos a ver cómo me había quedado, porque es como si de alguna manera tuviera responsabilidad por el resultado. Y, sabiendo que iban a estrenar la última, evité con toda intención repetirme las otras, como parte de mi ejercicio de descriterización, sospechando que si las veía a estas alturas me iban a parecer terribles, me iba a predisponer para ver la cuarta y me iba a avergonzar de mi adolescencia afanada.

Pues bien, 18 años después de la última cruzada nos encontramos con que Indiana Jones ha estado tan ocupado durante la guerra fría que no ha perdido su forma, aunque el actor que lo interpreta parezca que sí. Los saltos, las huidas, la forma de deshacerse de un batallón entero de enemigos, que cambiaron la esvástica por la hoz y el martillo pero aparte de eso no se han enterado de mucho más (bueno, también bailan polka alrededor de las fogatas, cómo no), son prácticamente los mismos de siempre. Pero Harrison Ford se ve aburrido, sin convicción (no sé si alguna vez la haya tenido: es el Keanu Reeves de su generación), agitando el látigo sin ganas y mirando al vacío como deseando estar en cualquier otra parte. O de pronto me equivoco y es justamente esa la impresión que se quería dar con el personaje. De pronto Indiana está aburrido de sus correrías anticomunistas y sólo añora volver a toparse con el mundo mágico, para decepcionarse una vez más al descubrir que no es tan interesante, que es elemental e insulso.

En aspectos como ese la película se soporta sobre el sentimiento de nostalgia del público. Resucita a una antigua heroína (la primera, de hecho), sólo para justificar la presencia de un hijo detestable. Presenta de carrera (un cameo, como dicen los gringos) al Arca de la Alianza, revelándonos de paso el misterio final de Cazadores. Alude de refilón un par de veces a la serie de televisión, aunque no precisamente con mucho fundamento. Era inevitable que, siendo la clase de hito que fueron, teniendo la influencia que tuvieron, las películas se mordieran el rabo y terminaran volviéndose una caricatura de sí mismas. Hay un par de escenas (las hormigas y el justo castigo del ambicioso) que me recordaron a La momia, la de ese genio actoral que es Brendan Fraser, una película que quiso ser Indiana Jones en todo momento. Que algo así pase es un síntoma de una enfermedad como la sufrida por los tres primeros episodios de la Guerra de las galaxias: los creadores están tan deslumbrados por su éxito original, todavía veinte o treinta años después, que no se dan cuenta de lo que echaron a correr por el mundo, y a la hora de volver a sus creaciones (los gringos también usan una palabra en este caso más honesta: franquicias) lo hacen queriendo ignorar todo lo que pasó entretanto, queriendo volver al punto de partida como si el resto del mundo no tuviera que ver con ellos y su idea se sostuviera sola por algún mérito misterioso, descubierto por casualidad en el pasado y que todavía tiene que estar ahí, porque sí, porque de qué otra manera podría ser si soy un genio, para terminar repitiendo lo que otros, que fueron pioneros en demostrar que no tenían imaginación, ya habían hecho.

Muchas cosas ocurren de forma gratuita, otras exigen más credulidad de la que se puede reunir en un teatro lleno, otras se queda uno esperando que pasen. Dentro de las primeras está la aparición del personaje de Shia LaBeouf (sí, Salva, es el mismo de Transformers) para dar comienzo a la búsqueda. Indiana Jones se acaba de quedar sin trabajo y no tiene ni diez minutos de despecho cuando aparece de la nada su futuro hijo (qué pena con los que no la hayan visto) con todo un misterio en las manos para resolver. Misterio que, de paso, ya está resuelto, esperando a quien se ponga en el lugar de un arqueólogo loco y paranoico de esos a los que les gusta disfrazar sus conclusiones de acertijos: "Sigue por el camino sin suelo hasta donde las estrellas brillan de para adentro y espera la llamada de la luna bajo la mirada del bosque", o algo por el estilo, para decir que hay que dar dos pasos adelante hasta llegar al lugar con cara de templo perdido, para deshacerse de los nativos y cruzar el umbral que lleva al mismísimo secreto. Muy científico todo.

Dentro de las segundas están como dos horas de la película. Cómo sobrevivir a una explosión atómica metiéndose dentro de una nevera. Cómo encontrar el único cementerio no explorado que queda justo al lado de las líneas de Nazca, por donde muy seguramente nadie ha pasado (o por lo menos ese podía haber sido el caso en 1957). Qué hacer con un misterioso material que sufre de magnetismo fotogénico y de amnesia, los cuales se activan y desactivan por turnos cada vez que se acerca la cámara. Cómo escapar con confesiones arcanas de las arenas movedizas, habiendo olvidado que siempre se lleva un látigo en la cintura. Cómo continuar una persecución en carros en medio de la selva amazónica después de que un cohete ha hecho volar a la máquina que abre camino talando los árboles. Cómo sobrevivir a tres cataratas seguidas y convencer al carro anfibio de que se tiene que dañar justo después de la tercera, no antes. Y una de las mejores: cómo toparse con ruinas mayas en medio del Amazonas peruano. Se me hace que todo el asunto no era más que una historia alterna, un mundo paralelo donde el 9/11 no va a ocurrir en el futuro, pero no lo ví. Los detalles son muy sutiles.

Y dentro de las cosas que me quedé esperando que pasaran están también como dos horas de la película. Ya se sospechaba y se veía venir que la cosa iba a concluir con extraterrestres (no, son seres interdimensionales) y con el Fumador moviendo los hilos detrás de todo (pero extrañé a Krycek). Pero me quedé esperando (ingenuote) que las cosas dieran un giro inesperado y no pasara justo lo que seguía pasando, o sea, justo lo que estaba predestinado desde el principio del universo (creado o no) a pasar (pero bueno, eran seres interdimensionales, no extraterrestres). Terminada la primera parte, la persecución en la bodega del Área 51, pensé que sólo se trataba de un preámbulo y la historia iba a seguir por cualquier otro lado. Pero el magnetismo de la calavera nos dominó a todos. Volví a tener esperanzas cuando, al llegar a Perú, a sólo unos kilómetros del río Grande, Indiana y su hijo (perdón, todavía no se sabía en ese momento) entran a la celda del manicomio donde estuvo internado su compañero de investigaciones y encuentran las paredes llenas de dibujos y mensajes. Qué lovecraftiano, pensé. Y me emocioné creyendo que le habían ganado la carrera a Guillermo del Toro y que el mismísmo Gran Cthulhu iba a aparecer, poniendo de cabeza toda la historia: El extraño caso de Henry Jones Jr. Tampoco fue así, lástima.

Pero me sorprende mucho encontrame con muchas reseñas positivas. Después de verla me sumergí un tiempo en internet esperando un poco de simpatía y me topé con que no solo era aceptable, sino buena e, incluso, para algunos la segunda mejor de las cuatro (después de la primera, antes de que nos asustemos más). Es increíble lo que se puede hacer por pura nostalgia. Hollywood es una especie de iglesia que nos arrastra a un nuevo medioevo en nombre de la nostalgia, por eso su obsesión con los remakes y las secuelas.

Calificación: Dos látigos o dos sombreritos

2 comentarios:

Salva dijo...

Demoledor Felipe!

Y bueno, no puedo sino estar de acuerdo :P. A medida que pasan los días, me da más risa, es como una de esas pelís de “SciFi” los 50s con tramas y desarrollos tan ridículos que dan no te cansas de discutir con tus amigos cual es la escena más tonta (la diferencia es que esta estaba en colores y los efectos especiales son muy sofisticados!).

La nevera anti-atómica compite con la supervivencia a la caída del helicóptero, a escena más ridícula y sin sentido del año (para poner la competencia más interesante, se puede incluir la micción de bumble bee).

F. dijo...

hay que tomar nota para poder hacer esa lista completa en diciembre