sábado, 26 de septiembre de 2009

Los cronocrímenes (2007) - Dir. Nacho Vigalondo

Una de las cosas a que nos tiene mal acostumbrados Hollywood es esa idea de que las historias de ciencia ficción y fantasía tienen que suponer que el mundo (si no el universo) entero, y con ello quiero decir Estados Unidos y uno que otro país usado con fines metafóricos, depende de las acciones de los personajes, por pequeños que sean. Incluso en una historia como Volver al futuro, donde finalmente se nos cuenta el destino de un adolescente medio nada en un pueblo perdido en las brumas del american dream, la continuidad (¿persistencia?) de la realidad, con todos sus tentáculos, depende de que Michael J. Fox no le mire por demasiado tiempo el escote a la versión joven de su mamá o de lo alto que pueda gritar Christopher Lloyd cada vez que se le quiere hablar del futuro. Por eso cuando uno ve una película como Los cronocrímenes (el primero de los cuales (de ahí el plural) se comete en el título), tiene una primera hora o algo así de retorcerse en la silla tratando de acostumbrarse a la idea de que no es más que la historia de un español más bien simple que descubre por accidente que sus vecinos tienen una máquina del tiempo.

El reflejo condicionado nos haría esperar viajes al pasado remoto, donde hay que caminar con cuidado para no pisar mariposas que pueden, por algún caso peculiar de zoofilia en la familia, resultar siendo los ancestros directos del mismísimo rey David, con lo que seguramente terminaríamos viendo llover donas, o al futuro lejano, donde tribus de niños salvajes luchan por el dominio de un mundo desértico en lo que antes era la ciudad de Los Ángeles, visión de las más traumáticas y violentas que habría que evitar a toda costa. O la historia del viajero bienintencionado que quiere matar a Hitler en su cuna, aliviar el dolor de Jesús con marihuana o preguntarle a Sócrates si en realidad era tan irritante como Platón lo pintó; por no hablar de salvar a Lincoln de morir asesinado por Jack el destripador, quien es en realidad Edgar Allan Poe con gafas oscuras.

Pero no. La historia se desarrolla en un nivel más bien doméstico, donde el único destino apostado es el del protagonista y los desplazamientos no pasan de unas cuantas horas. Es difícil, y por eso tanta tomadura de pelo, hablar de Los cronocrímenes sin dañarla; ni siquiera se puede decir cuál es el cuento de Robert Heinlein al que hace homenaje sin que eso suponga contar el final. Se trata de un thriller (o tecnothriller, por qué no) que funciona como un pequeño rompecabezas que se arma solo y que finalmente espera del espectador apenas un poco de especulación y hora y media de paciencia: Héctor está sentado en el jardín de su casa, mirando con los binoculares hacia el bosque, cuando descubre a una muchacha que se desnuda. Intrigado (sí, claro) se interna entre los árboles y, apenas la encuentra, es atacado por un personaje misterioso que lo persigue hasta un edificio en lo alto de la colina, donde hay unas instalaciones científicas. A partir de allí es un solo suspenso distribuido entre dos (o de pronto tres) misterios.

El título y la transformación del personaje nos pueden invitar a reflexionar sobre el aspecto ético de conocer de antemano las propias acciones y sus consecuencias, y, por tanto, de las decisiones que tomamos en función de ellas. De ser así, no se trataría entonces de ciencia ficción clásica de gran escala, donde se extrapolan los efectos de la tecnología en toda la sociedad (o al menos una sociedad), sino una especulación más modesta sobre nuestras propias reacciones a situaciones que resultan ser más que extraordinarias y sobre nuestra capacidad de dañar y de dañarnos. Pero no me atrevo a decir que así sea como lo ve todo el mundo ni que esa sea la intención más clara del director.

La verdad, no me siento muy partidario de filosofar sobre esta película. Me pregunto si es realmente ciencia ficción o si nos sentimos obligados a pensar que lo es porque hay una máquina para viajar por el tiempo. Lo cual, por lo menos para mí, es como decir que no sé si vale la pena buscarle patas reflexivas o dejarla como una historia que voy a olvidar la otra semana, o mañana. Aparte del inevitable remake hollywoodense, que por su propia naturaleza queda por fuera del caso, no la imagino dejando una enorme estela de influencia. Ni siquiera una muy pequeña. Entre otras cosas porque los elementos que se le elogian, como un guión inteligente (por la forma en que se atan los cabos más que por su estructura —una línea rigurosa— o sus diálogos) y un bajo presupuesto, son ya lugares comunes que se quieren hacer pasar por sinónimos de calidad sin que lo sean necesariamente.

En este momento prefiero verla como un motivo para ponerme a pensar sobre la manera en que “leemos” ciencia ficción. A fin de cuentas, ¿qué es un género: un inventario de motivos o el uso que hacemos de ese inventario? Samuel Delany insiste en que la CF no es un género sino un lenguaje, y lo que ocurre con Los cronocrímenes puede ser una prueba de ello (aunque prácticamente lo mismo puede decirse de cualquier género (valdría la pena ponerse a imaginar lo contrario: que todo lenguaje fuera un género literario)). Es en el cambio que ha sufrido la lectura y en la confirmación de su carácter de lenguaje donde se encuentra la raíz de aquello que ahora conocemos como slipstream o que se ha interpretado como la muerte (una de tantas) de la ciencia ficción. Ahora podemos ver CF donde no la hay, o donde antes no habríamos admitido que la había, y tal vez no sea más que celo lo que nos obliga, en el fondo, ma non troppo, a meter nuestras narices en todos los sitios donde salta un viajero del tiempo o alguien se enamora de su iPod o una nave espacial quebranta la atmósfera.

Calificación: Tres tijeras.

martes, 22 de septiembre de 2009

En palabras de otros - Jo Walton

En la utopía no hay nada que contar, sólo hay vidas que pasan el rato.
—Jo Walton, en su reseña de Woman on the Edge of Time
de Marge Piercy

sábado, 19 de septiembre de 2009

¿Cómo se traduce "flash fiction"?

El número de New Scientist correspondiente a la semana del 16 de septiembre tiene a Kim Stanley Robinson como editor invitado de una pequeña sección sobre ciencia ficción, algo así como una revista dentro de la revista, que incluye una editorial donde Robinson elogia a la CF británica, la cual (según él) "pasa por una edad de oro":
Muchas de las novelas de ciencia ficción británicas de los últimos años describen el futuro cercano, dando lugar a una especie de realismo anticipatorio que es la mejor descripción de la primera década del presente siglo. Otras se lanzan a las profundidas del espacio y el tiempo distantes, dando pie a una nueva forma de ópera espacial que no es solo una entretención sofisticada, sino también, y por lo general, una alegoría surrealista de las decisiones que tenemos que tomar como civilización y como especie.
Obviando el esfuerzo implícito en el ejercicio de anticipar la primera década del presente siglo cuando nos encontramos en el año 2009, más bien celebremos esa bella descripción de la space opera u ópera espacial como "alegoría surrealista", una de las mejores que he visto. Al respecto vale la pena leer un pequeño ensayo de Paul McAuley titulado "Junk Yard Universes", donde argumenta que la nueva ópera espacial viene desde los ochentas y es la respuesta inglesa a una misma invitación a renovar el género que en Estados Unidos dio como resultado el cyberpunk.

Pero además del elogio Robinson tiene algunas palabras para el establishment literario inglés, especialmente el premio Booker, cuyos jueces ignoran las excelentes obras producidas dentro de la ciencia ficción y favorecen, en cambio, a la novela histórica, que no nos puede decir nada sobre el "sentido de la vida en el año 2009" como lo hace la literatura de nuestra época, con lo que se refiere, por supuesto, a la CF. Huelo algo de ingenuidad aquí, aunque tal vez sólo sea porque no me he bañado en dos días. Robinson es tan generoso en calificativos para con el género que es inevitable sospechar: "la forma literaria que mejor expresa nuestra época, que nos habla directamente", "nuestro mundo es una ficción científica" ("Our world is a science fiction", que en su versión en español parece tener connotaciones más inquietantes), "lo mejor de la literatura británica de esta época", "[las novelas históricas] no hablan del presente de la manera en que la ciencia ficción lo hace", y así. A manera de remate, en una movida tan extrañamente consecuente como irónica, en medio de su insistencia por el hoy invita a ocho escritores ingleses a escribir pequeñas ficciones o especulaciones sobre el mundo dentro de cien años, por ser
la zona más complicada de todas... la época... en que nuestra capacidad de crecimiento se va a ver enfrentada a enormes peligros, dando origen a un futuro inestable e impredecible.
La lista de colaboradores está compuesta por Ken MacLeod, Ian McDonald (en mi opinión, la mejor pieza), Geoff Ryman, Nicola Griffith, Stephen Baxter, Paul McAuley, Ian Watson y Justina Robson. En general, las piezas parecen más bien anotaciones de ideas (en el caso de Ryman así es) que cuentos, pues son esquemáticas y, leídas una tras otra, repetitivas. Tal vez eso nos diga algo de la ciencia ficción como forma literaria, distinto a lo que ya nos dijo Robinson: la exposición de información de fondo, con la cual se construye el mundo ficcional, necesita de extensiones más largas que la toleren o que den el espacio y el ritmo apropiados para hacerlo sin sacrificar la narración. Algo parecido ocurre con los cuentos breves escritos para la revista Nature por distintos autores durante los últimos años, aun cuando su extensión es mucho mayor que en este caso. Pero no se trata de que no sea posible escribir flash fiction* en ciencia ficción. Fredric Brown hizo algunas cosas memorables en los cincuentas, por poner un ejemplo. Pero sí, más bien, que aún queda mucho por hacer allí, lo que hasta me parece una buena noticia, por lo menos para todos aquellos que de vez en cuando consideran necesario lamentarse por que la CF está a punto de desaparecer.


* Dejo flash fiction aunque había pensado en traducirlo como minicuento. Después de leerlos me di cuenta de que son cosas diferentes.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Revista Cosmocápsula

El pasado 23 de agosto apareció el Número 0 de Cosmocápsula, Revista colombiana de ciencia ficción, no sé si la primera en su clase. Pueden descargar el archivo en pdf aquí o aquí.

Apenas he leído un par de cosas, así que más bien voy a decir que esa es la razón por la que no ofrezco una reseña y no mi incapacidad crónica para sonar amable. No estoy familiarizado con la cf colombiana, y los pocas veces que he tenido el placer han sido del tipo "No, gracias", por lo que no me he podido sentir interesado en darles continuidad, pero de cualquier manera me parece que es una intención que vale la pena atender. Entre las cosas que me impresionan está la rapidez con que David Pérez Marulanda, el principal responsable, pasó a concretar su idea.

Quienes estén interesados en saber algo más del Número 0 antes de decidir si se zambullen o no en él, pueden dar un vistazo a este post de Juan Diego Gómez, donde se detiene por un breve párrafo en cada uno de los contenidos de la revista.

Sólo queda por decir que, una vez publicado el primer ejemplar, los editores ya se están preparando para el siguiente, así que han abierto la convocatoria para que les envíen cuentos, poemas, ensayos, artículos, reseñas y cualquier etcétera que pueda adjetivarse con ciencia ficción. El material se recibe hasta el 31 de octubre. Pueden encontrar más detalles aquí.