[NOTA: esta es la segunda de las cuatro reseñas perdidas.]La gana de
space opera sofisticado (inercia de venir de leer a
Zelazny) y las dos afirmaciones de Delany que rondaban la memoria (que todo lo que hay por saber sobre implantes hay que leerlo en el
Waldo de Heinlein y en Varley, y que para entender el cyberpunk es indispensable leer a Varley, a pesar de ser su completo opuesto) me trajeron hasta aquí. Observación general: la edición de Orbis excluye tres cuentos del original en inglés (“Verano retrógrado”, “Incursión aérea” y “El paso del agujero negro”), ve tú a saber las razones.
La primera afirmación de Delany se detiene en suspensivos, por lo menos mientras llega la lectura del
Waldo, o de momento sólo digamos que no es tan omnipresente como se esperaba. De todos modos, sólo es una colección, y además incompleta. Sobre la segunda, tal vez quedan más dudas que conclusiones, demostración de que mi definición de cyberpunk y la de Delany difieren.
En realidad, terminé viendo más parecidos que diferencias en ese aspecto y al final fue inevitable relacionar los relatos de Varley sobre los Ocho Mundos con el ciclo Shaper/Mechanist de Sterling, haciendo la aclaración de que la obra de éste es la versión especializada en política y economía del universo de Varley. Por ejemplo, la escena en “El fantasma de Kansas” donde la protagonista explica los recovecos legales de la sucesión entre clones tiene su eco sofisticado en el cuento “Twenty Evocations” de Sterling. Por otro lado, el bajo mundo (sobre todo en “En el cuenco”, con sus ciudades venusinas) se prolongará en las obras de Gibson como un espacio de irrealidades y quebrantamiento de los límites. Cae vencido Varley con respecto a su prosa, poco ambiciosa (¿acaso será la traducción?), y esa es una brecha gigantesca en relación con el cyberpunk; pero el
sense of wonder y la complejidad de mundo son deliciosos.
Uno de los mayores placeres de leer los cuatro cuentos de los Ocho Mundos incluidos en esta edición era intentar reconstruir el fondo de todo el tramado, armar una panorámica a partir de detalles secundarios en cada relato. También el encuentro de una de las concepciones de corporeidad más extrañas que haya leído, antecesora de muchas otras posthumanidades (aunque creo que todavía ninguna a ese nivel) y emparentada con la que se encuentra en “El día un millón” de Frederik Pohl: según ella el cuerpo es un punto de confluencia de formas y es múltiple, porque puede alterarse, cambiarse, rejuvenecer o resucitar, clonarse, perder los ojos, los tímpanos y las piernas y remplazarlos con facilidad. Tal vez era a esto a lo que se refería Delany.
En “En el cuenco” la descripción de la atmósfera venusina y las adaptaciones humanas a ella, además de las ciudades disfrazadas con holos, salpicadas aquí y allá por el planeta, y la relación del protagonista con Ascua, la niña, son más interesantes que el argumento aparente, lo cual no es necesariamente una mala cosa. Al final no importa mucho si las piedras que el protagonista busca están vivas o no. Hay un eco de “Collector’s Fever” de Zelazny.
Con “Cantad, bailad”, casi se puede decir que ídem. Es inevitable querer saber más de los simbiontes y la vida en los Anillos (de Saturno), y de la máquina de hacer música de Timbales que del desabrido Jano y sus agentes.
“Perdido en el banco de memoria” y “El fantasma de Kansas”, los dos ambientados en Luna, integran mucho mejor la acción y el espacio. Del primero, aunque haya mucho para celebrar, subrayo el recurso de la visita estudiantil para exponer la información sobre la operación a la que será sometido el protagonista. Del segundo, la relación climática (en más de un sentido) entre la protagonista y uno de sus parientes clones es simplemente antológica.
Los otros dos cuentos (es decir, los que no pertenecen a los Ocho Mundos) tienen también mucho a favor. Como en el caso de
Una rosa para el Eclesiastés de Zelazny, el cuento premiado, “La persistencia de la visión” fue el que menos me gustó, y aun así es una muy buena pieza, con algo de Le Guin en su paisaje y en su utopía aparente. Pero tal vez lo más interesante es que se trata de una utopía distópica, en el sentido de que es una isla pequeña e imposible en medio de un mundo que se viene abajo; el contraste es violentísimo y la ocultación de los detalles que componen el mundo exterior (en oposición a la proliferación de detalles sobre Keller, la comunidad de sordomudociegos) está muy bien manejada. Además, como la mejor CF, tiene muchas cosas interesantes que decir sobre el lenguaje y lo que hacemos con él creyendo que lo dominamos. Creo que lo que no lo favorece es estar, al igual que Keller, rodeado por un mundo hostil, aunque no directamente agresivo; en este caso, los otros cinco cuentos.
“En el salón de los reyes marcianos” es un cuento con dos elementos: una colonización forzosa de Marte y una investigación xenológica. Respecto a lo primero, hay que decir que se presiente ya el manejo de personalidades memorables en espacios cerrados que Kim Stanley Robinson llevará al tope con su serie: las relaciones entre sexos, entre especialidades, por el liderazgo, con el paisaje, todo está allí en estado germinal. Extraña mucho que Varley no figure más en las listas de grandes influencias de los escritores de la década siguiente, fueran cyberpunks o humanistas.
P.D. Los cuentos restantes pueden encontrarse, junto con el prólogo perdido de Algis Budrys, en el libro
En el salón de los reyes marcianos de la colección Súper Ficción de Martínez Roca. No sobra recordar que las ediciones de Orbis eran reimpresiones de títulos anteriormente publicados por otras editoriales y
La persistencia era, originalmente, parte de la misma colección Súper Ficción. Lo que no sabría decir es si la edición de Orbis corresponde exactamente con la de Martínez Roca; de ser así, hay una repetición de cuentos entre
La persistencia y
En el salón que no tendría justificación, sobre todo si se tiene en cuenta que los tres cuentos que faltan en la primera son tal vez los más cortos y podrían haber estado, junto con los demás, en un mismo volumen. La omisión hace que el lector se pierda una pequeña joya como “Verano retrógrado” que, en pocas palabras, es el punto donde se encuentran la
space opera y las
soap operas, es decir, los novelones.