miércoles, 9 de octubre de 2013

Por qué odio a Bernardo Fernández

Bernardo Fernández, BEF, no toma café y pide una Pony Malta. Saca cinco libros y los deja sobre la mesa: tres ejemplares de La calavera de cristal, novela gráfica que ilustró a partir de un guión de Juan Villoro, y dos de Espiral, su “cómic recursivo”. Aprovecho que uno de estos no tiene plástico y lo ojeo. “Pensé que era una autoedición”, le confieso. Hasta el momento sólo lo había visto por fuera y aparte de su nombre, el título del libro y las encomilladas celebraciones de la contraportada no hay más datos externos. “No, es de Alfaguara, sólo que el tonto del diseñador no pudo poner el logo aquí atrás. Yo quería que se supiera que era de Alfaguara, claro”. Pero antes de eso agrega (mi sic): “A esta edad uno ya no puede autoeditarse. Hace años era punk y sacaba mis fanzines”.

Nosotros traemos nuestros ejemplares de Espiral. Guarda los suyos mientras nos pregunta dónde y cómo los conseguimos, y a medida que le describimos la vuelta, incluyendo el temor de que no llegaran antes de que él se fuera del país, y que todavía estamos esperando unas copias de Gel azul, y que no fue posible encontrar Hielo negro a un precio decente, medio agranda sus ojos pequeñitos. “Pues me hubieran dicho y yo los traía”, trata de resolver, pero ni modos; para esas analepsis, la (ciencia) ficción.

Firma los libros con un Sharpie negro y la cabeza un poco ladeada, como si viera con un solo ojo o estuviera copiando de algún lugar el dibujo con que acompaña cada autógrafo. Hace robots y una especie de mostro ojón de boca pequeña. Un BEM dibujado por BEF. Le encargamos un robot para la dedicatoria del libro que nos vamos a quedar y le hablamos de nuestra colección en la librería. Él nos cuenta que también los colecciona y que tiene muchos (“más de 70 robots de juguete”, condenada biografiita). Los que han visto los nuestros pueden reírse. Pero entonces se niega a dedicarnos uno de nuestros cuatro libros y en cambio vuelve a sacar uno de los suyos: “Por lo menos déjenme regalárselo”, dice. “¿Cuánto te tomó terminar Espiral?”, le pregunta Sonia Naranjo, que está tomándose un tinto. Sonia hizo el contacto de inmediato cuando se lo dijimos la misma tarde del martes, el último día de BEF en Bogotá. “Un año”, dice él, pausadito, como en todo momento, concentrado en el dibujo. “Sólo me tomó veinte años, pero lo logré: una novela gráfica”, se lee en el epílogo del libro. No ha tocado su Pony ni siquiera para quitarle la tapa. Sonia le pregunta si quiere descansar un momento de firmar. “No, yo feliz”, responde él frunciendo un poco los hombros.

“Con Pepe Rojo estamos preparando una antología”, dice luego, cuando ya ha terminado y estamos hablando de ciencia ficción. “Se llama 25 minutos en el futuro y reúne cuentos de autores norteamericanos que no han sido traducidos al español”. Los cuentos, no los autores. Me llama la atención que diga norteamericanos. Imagino que incluso hay mexicanos, pero cuando da algunos de los nombres entiendo a qué se refiere: gringos ellos y un par de canadianos (mi sic). Está bien. A México siempre lo preferiremos de este lado de la América. Entre los nombres están Margaret Atwood, Terry Bisson, Eileen Gunn y Bruce Sterling. “Qué bien”, me emociono. Justo hace un par de semanas terminé de leer una novela de Sterling y pude recordar lo mucho que me gusta. Debe notarse: “¿Te gusta Bruce?”, dice. “Bruce es amigo mío”. Y para confirmarlo, subrayarlo, saca su smartphone y nos muestra unas fotos. “Esto fue en una cena en mi casa”. Hay un grupo de personas en una sala de paredes rojas de las que cuelga un par de diagramas de Astroboy. Sterling está en el centro, su esposa Jasmina es la única sentada, y a los lados están BEF y algunos amigos mexicanos de los que va dando nombres y una pequeña acotación: “escritor de ciencia ficción, escritora de fantasía”. Le cuento que esperaba conocer a Sterling hace cuatro años, cuando estuvo invitado al Encuentro Fractal 09, pero no pudo venir y en cambio mandó un video. Lo mismo que a Lucius Shepard, que entonces tuvo problemas de salud y por estos días justamente se está recuperando en el hospital de una apoplejía. “Lucius también es amigo mío”, sonríe. Diría que lo está disfrutando. “Es un gordo como de 1,90. Cuando estuvo en México lo llevé a conocer el mercado de Sonora y estaba fascinado con las calaveras. Pero daba dos pasos y se quedaba sin aire”.

“La ciencia ficción en Estados Unidos no está pasando por un buen momento”. Al principio creo que se refiere a la calidad o a su propia versión de la muerte del género, pero antes de que alcance a llevar la conversación por ese lado agrega: “Si le dices a un autor que vas a traducir uno de sus cuentos, te lo agradece”. Mientras habla juguetea con su perilla canosa y rectangular. “Para la antología hicimos las traducciones nosotros mismos. Traducciones al mexa. Sólo uno de los cuentos estaba en español, el de Bisson, ‘Los osos descubren el fuego’, pero en una traducción españoleta. Si no son traducciones españolas, son argentinas, y no queríamos eso”. Terminamos hablando de ciencia ficción colombiana. Le contamos de las peripecias para conseguir los títulos y la sensación consecuente de estar buscando fragmentos de algo sin nombre en un paisaje todavía sin forma. Bueno, no fue tan elaborada la cosa durante la conversación, aunque esa es la sensación. “Pero la mejor novela de ciencia ficción latinoamericana que he leído es colombiana: Iménez, de Luis Noriega”, celebra, y luego: “Deberían rescatar a Rebetez”. Le pregunto si en México es posible conseguir números de Crononauta, la revista que Rebetez editó. Dice que no. Obviamente, dice su cara. Pero luego nos cuenta que un amigo suyo está en la tarea de digitalizarla.

Nos despedimos en la puerta del Oma. “También soy amigo de Rudy Rucker”, dice sonriente, por alguna razón distraída, mientras salimos. Shepard y Rucker están incluidos en la antología. Su vuelo sale temprano en la mañana del miércoles. Esa tarde Angélica me llama mientras peleo contra casi trescientas líneas sobre formas alternativas de generar energía en el Chocó. “Llegaron los Gel azul”, me dice.

domingo, 15 de julio de 2012

Las 101 mejores novelas de ciencia ficción, 1985-2010

Veintisiete años después de que David Pringle publicara Las 100 mejores novelas de ciencia ficción, Paul di Filippo y Damien Broderick adoptan la idea y para darle continuidad presentan Science Fiction: The Best 101 Novels 1985-2010.

Tristemente no tengo el libro en mis manos, así que la siguiente es apenas una comparación superficial de dos listas, con algunas observaciones, caprichosas en su intención pero más bien objetivas en su simpleza. La lista de Pringle se puede ver aquí, y la lista de Di Filippo y Broderick es esta (incluyo los títulos en español hasta donde me fue posible confirmar que existían traducciones; es posible que no haya encontrado algunos, así que agradezco cualquier dato al respecto; el asterisco indica que hay traducción pero el título en los dos idiomas es el mismo) (son libres de echar a rodar memes; ya saben: poseídos, leídos, etc.):

1. El cuento de la criada [The Handmaid’s Tale] (1985), Margaret Atwood
2. El juego de Ender [Ender’s Game] (1985), Orson Scott Card
3. Radio Libre Albemut [Radio Free Albemuth] (1985), Philip K. Dick
4. El eterno regreso a casa [Always Coming Home] (1985), Ursula K. Le Guin
5. This Is the Way the World Ends (1985), James Morrow
6. Galápagos* (1985), Kurt Vonnegut
7. La mujer que caía [The Falling Woman] (1986), Pat Murphy
8. The Shore of Women (1986), Pamela Sargent
9. A Door into Ocean (1986), Joan Slonczewski
10. Soldiers of Paradise (1987), Paul Park
11. Life During Wartime (1987), Lucius Shepard
12. Las torres del olvido [The Sea and Summer] (1987), George Turner
13. Cyteen* (1988), C. J. Cherryh
14. Neverness* (1988), David Zindell
15. The Steerswoman (1989), Rosemary Kirstein
16. Hierba [Grass] (1989), Sheri S. Tepper
17. El uso de las armas [Use of Weapons] (1990), Iain M. Banks
18. Reina de los ángeles [Queen of Angels] (1990), Greg Bear
19. Barrayar* (1991), Lois McMaster Bujold
20. Synners (1991), Pat Cadigan
21. Sarah Canary (1991), Karen Joy Fowler
22. White Queen (1991), Gwyneth Jones
23. Eternal Light (1991), Paul McAuley
24. Estaciones de la marea [Stations of the Tide] (1991), Michael Swanwick
25. Timelike Infinity (1992), Stephen Baxter
26. Chicas muertas [Dead Girls] (1992), Richard Calder
27. Jumper* (1992), Steven Gould
28. China Mountain Zhang* (1992), Maureen McHugh
29. Marte rojo [Red Mars] (1992), Kim Stanley Robinson
30. Un fuego sobre el abismo [A Fire Upon the Deep] (1992), Vernor Vinge
31. Aristoi (1992), Walter Jon Williams
32. El libro del día del juicio final [Doomsday Book] (1992), Connie Willis
33. Parable of the Sower (1993), Octavia E. Butler
34. Ammonite (1993), Nicola Griffith
35. Chimera (1993), Mary Rosenblum
36. Nocturno del sol largo [Nightside the Long Sun] (1993), Gene Wolfe
37. Jugadas decisivas [Brittle Innings] (1994), Michael Bishop
38. Ciudad Permutación [Permutation City] (1994), Greg Egan
39. Blood (1994), Michael Moorcock
40. Mother of Storms (1995), John Barnes
41. Navegante de la luminosa eternidad [Sailing Bright Eternity] (1995), Gregory Benford
42. Galatea 2.2* (1995), Richard Powers
43. La era del diamante [The Diamond Age] (1995), Neal Stephenson
44. The Transmigration of Souls (1996), William Barton
45. The Fortunate Fall (1996), Raphael Carter
46. Rakhat [The Sparrow]/Children of God (1996/1998), Mary Doria Russell
47. Fuego sagrado [Holy Fire] (1996), Bruce Sterling
48. Lámpara de noche [Night Lamp] (1996), Jack Vance
49. La Compañía del Tiempo [In the Garden of Iden] (1997), Kage Baker
50. Paz interminable [Forever Peace] (1997), Joe Haldeman
51. Glimmering (1997), Elizabeth Hand
52. Cuando Alice se subió a la mesa [As She Climbed Across the Table] (1997), Jonathan Lethem
53. The Cassini Division (1998), Ken MacLeod
54. Bloom (1998), Wil McCarthy
55. Vast (1998), Linda Nagata
56. El globo de oro [The Golden Globe] (1998), John Varley
57. Headlong (1999), Simon Ings
58. Cave of Stars (1999), George Zebrowski
59. Génesis [Genesis] (2000), Poul Anderson
60. Super-Cannes* (2000), J. G. Ballard
61. Bajo la piel [Under the Skin] (2000), Michel Faber
62. La estación de la calle Perdido [Perdido Street Station] (2000), China Miéville
63. Distance Haze (2000), Jamil Nasir
64. Trilogía de Espacio revelación (Espacio revelación, El arca de la redención, El desfiladero de la absolución) [Revelation Space, Redemption Ark, Absolution Gap] (2000-2002), Alastair Reynolds
65. Salt (2000), Adam Roberts
66. Ventus (2001), Karl Schroeder
67. The Cassandra Complex (2001), Brian Stableford
68. Luz [Light] (2002), M. John Harrison
69. Carbono alterado [Altered Carbon] (2002), Richard Morgan
70. El último día de la guerra [The Separation] (2002), Christopher Priest
71. La Edad de Oro [The Golden Age] (2002), John C. Wright
72. La mujer del viajero del tiempo [The Time Traveler’s Wife] (2003), Audrey Niffenegger
73. Historia natural [Natural History] (2003), Justina Robson
74. La clave del laberinto/Las lanzas de Dios [The Labyrinth Key/Spears of God] (2003), Howard V. Hendrix
75. El río de los dioses [River of Gods] (2004), Ian McDonald
76. La conjura contra América [The Plot Against America] (2004), Philip Roth
77. Nunca me abandones [Never Let Me Go] (2005), Kazuo Ishiguro
78. The House of Storms (2005), Ian R. MacLeod
79. Counting Heads (2005), David Marusek
80. Aire [Air] (2005), Geoff Ryman
81. Accelerando* (2005), Charles Stross
82. Spin* (2005), Robert Charles Wilson
83. My Dirty Little Book of Stolen Time (2006), Liz Jensen
84. La carretera [The Road] (2006), Cormac McCarthy
85. El dragón de Su Majestad [Temeraire/His Majesty’s Dragon] (2006), Naomi Novik
86. Visión ciega [Blindsight] (2006), Peter Watts
87. HARM (2007), Brian W. Aldiss
88. El sindicato de policía yiddish [The Yiddish Policemen’s Union] (2007), Michael Chabon
89. The Secret City (2007), Carol Emshwiller
90. En tiempos de guerra [In War Times] (2007), Kathleen Ann Goonan
91. Postsingular (2007), Rudy Rucker
92. Shadow of the Scorpion (2008), Neal L. Asher
93. Trilogía de Los juegos del hambre (Los juegos del hambre, En llamas, Sinsajo) [The Hunger Games, Catching Fire, Mockingjay] (2008-2010), Suzanne Collins
94. Pequeño hermano [Little Brother] (2008), Cory Doctorow
95. The Alchemy of Stone (2008), Ekaterina Sedia
96. La chica mecánica [The Windup Girl] (2009), Paolo Bacigalupi
97. Steal Across the Sky (2009), Nancy Kress
98. Boneshaker* (2009), Cherie Priest
99. Zoo City (2010), Lauren Beukes
100. Historia cero [Zero History] (2010), William Gibson
101. The Quantum Thief (2010), Hannu Rajaniemi

(Por alguna razón en la que mejor no me detengo, todos los vínculos llevan a reseñas escritas por Salvador.)

Así como Pringle presentó su lista como una posible definición de la ciencia ficción (tautología astuta), la enumeración hecha por Di Filippo y Broderick es un panorama bastante completo de las últimas tres décadas del género, por lo menos hasta donde puede verse. Por eso, alegra mucho encontrar a los grandes clásicos que Pringle no pudo incluir por cuestiones obvias de ignorancia del viaje en el tiempo, como Marte rojo o La era del diamante, por nombrar sólo un par, así como a autores que en 1985 apenas comenzaban a publicar o a llamar la atención de la crítica, como Lucius Shepard o Geoff Ryman.

Dato curioso: en 1985 Pringle abrió su lista con 1984 de George Orwell y la cerró con Neuromante de William Gibson (una novela de 1984). Además, en el prólogo lamentó no poder incluir Cismatrix de Bruce Sterling, por considerar que la cuenta estaba completa y cerrada. En esta ocasión, Di Filippo y Broderick también abren su lista con una distopía, El cuento de la criada, de Margaret Atwood, y como novela número 100 escogen una vez más una de William Gibson. La 101 es una ópera espacial posthumana (The Quantum Thief), justamente el género al que pertenece la de Sterling. Se podría pensar que la coincidencia es mera premeditación, sin embargo los autores esta vez hicieron más trampa y, si contamos bien, en realidad no enumeran 101 novelas, sino 107: un par de dípticos (Russell y Hendrix) y un par de trilogías (Reynolds y Collins) se cuentan como un solo volumen. En la selección de Pringle sólo había tres títulos de más disimulados: un díptico (Sladek) y una trilogía (Moorcock). (No cuento El libro del Sol Nuevo de Wolfe ni Cyteen de Cherryh, pues no se trata de series sino de novelas que fueron publicadas en varios volúmenes).

Con su selección, Pringle identificó a 1953 como uno de los grandes años para el género, cuando se publicaron ocho de las novelas de su lista (El hombre demolido, Fahrenheit 451, El fin de la infancia, Los hombres paradójicos, Lo que el tiempo se llevó, Mercaderes del espacio, Un anillo alrededor del Sol y Más que humano). Todas ellas clásicas, muchas definitivas. En Locus se discutió hace relativamente poco sobre otros años que pudieran competir por el título (vale la pena comparar todas las listas), y entre los más recientes, es decir, dentro del rango cubierto por Di Filippo y Broderick, se contaba 1992, que, en efecto, aparece también con ocho títulos en la nueva selección (Timelike Infinity, Chicas muertas, Jumper, China Mountain Zhang, Marte rojo, Un fuego sobre el abismo, Aristoi y El libro del día del juicio final). De 1992 es Snow Crash, considerada un clásico, pero fuera de la lista porque de Neal Stephenson los editores prefirieron incluir La era del diamante.

Ahora, mientras que Pringle no tuvo problema al incluir varios autores con más de un título (Dick, 6; Ballard, 4; Aldiss, Disch y Heinlein, 3 cada uno; Bester, Bradbury, Budrys, Disch, Clarke, Le Guin, Shaw, Simak, Sturgeon, Vonnegut, Watson, Wolfe (Gene) y Wyndham, 2 cada uno; Moorcock, 2 que son 4 (véase más arriba), y Pohl, uno y medio), con lo que 100 (103) novelas corresponden en realidad a 71 escritores, Di Filippo y Broderick se imponen que sólo haya un título por autor. Si en efecto las listas deben leerse como una panorámica del género en sus correspondientes periodos, la conclusión obvia es que entre 1949 y 1984 la representatividad estuvo en muchísimas menos manos. Pero, por supuesto, negar la intervención de los editores es capricho, por no decir que torpeza; aunque Pringle admitiera que ciertas inclusiones las hacía más bien de mala gana, como una forma de mantener el equilibrio (no sé si algo parecido ocurre con los otros dos), el resultado seguía siendo su idea de lo que es la ciencia ficción (en el prólogo sugiere un par de definiciones ajenas (Darko Suvin y Peter Nicholls), pero no se compromete abiertamente con ninguna). La diferencia, sin embargo, vuelve a ser significativa si se tiene en cuenta que el primer periodo es 10 años más largo que el segundo.

Cabe entonces llamar la atención sobre la superposición entre las listas. Aunque Di Filippo y Broderick no incluyen más de una obra por autor, se permiten incluir obras de autores que Pringle ya había escogido: Aldiss, Anderson, Ballard, Benford, Bishop, Butler, Dick, Gibson, Harrison (M. John), Le Guin, Moorcock, Priest, Stableford, Varley, Vonnegut y Wolfe (Gene), muchos de ellos con más de un título en la lista original, vuelven a aparecer, lo que casi equivale a una confirmación de su relevancia (y en efecto), pero también reduce el número total: 156 escritores para 210 novelas en 62 años.

En cambio, Jack Vance, una de las grandes omisiones de Pringle, sí tiene cabida en la nueva lista, mientras que entre las sorprendentes omisiones recientes basta mencionar Hyperion de Dan Simmons (no niego algo de satisfacción), como lamentar, de la misma manera que lo hizo Moorcock en el prólogo al libro de 1985, que por su naturaleza quedaran excluidos los maestros de los cuentos, como Ellison y Tiptree originalmente, y Kelly, Chiang o el mismo Di Filippo en la actualidad, desconociendo, como ya es tradición, la importancia definitiva de las formas cortas para la historia del género.

La participación de obras escritas por mujeres es mayor (32, contra ocho en Pringle), si bien no se cumple aún la esperanza de Moorcock: que la segunda vez que se hiciera el ejercicio ese porcentaje fuera la mitad. Paralelamente, no se cumple en lo absoluto la misma esperanza aplicada a obras escritas por personas negras o de una raza distinta a la blanca, aunque por lo menos esta vez el número de autores de países distintos a Estados Unidos o el Reino Unido aumenta, entre canadienses y australianos, con la presencia de una sudafricana (Beukes) y un finlandés (Rajaniemi).

Por último, en cuanto a temas o escenarios (en ciencia ficción muchas veces coinciden) aumenta la ópera espacial, aumentan el cyberpunk y sus postversiones, así como las posthumanidades que suelen estar en un punto de encuentro entre una y otro. Aumentan asimismo las inteligencias artificiales y las historias alternas (en una entrevista a propósito del nuevo libro, Di Filippo dice que “el tema dominante de gran parte de esta CF es ‘¿qué significa ser humano?’”). Además, hay varios títulos misteriosos de fantasía, aunque disfrazados de steampunk (¿y en qué momento el steampunk se volvió definitivamente ciencia ficción?) u otra forma de historia alterna: Beukes, Bishop, Kirstein, MacLeod (Ian), Miéville, Murphy, Novik, Priest (Cherie) y Sedia.

En la misma entrevista, Broderick no puede resistirse a la polémica convencional y suelta una de esas afirmaciones que si no calentaran tanto los ánimos fanáticos darían lugar a conversaciones interesantes:
Podría decirse que en esos 26 años se publicó más ciencia ficción madura que en el resto del siglo XX. No una tan definitivamente innovadora como la de los cuarenta y los cincuenta, cuando la mayor parte de la iconografía del género como creación imaginativa tomó forma, pero con una técnica y una profundidad tan enriquecidas que casi todos los escritores noveles empiezan hoy con un dominio más alto que el logrado por la mayoría de los escritores clásicos de la Edad de Oro. A pesar de que las regordetas trilogías fantásticas y los vampiros resplandecientes y los zombis tambaleantes anegan el mercado, el último cuarto de siglo ha sido la verdadera Edad de Oro de la ciencia ficción.

miércoles, 4 de julio de 2012

Prometeo (2012) - Dir. Ridley Scott

La expedición científica de la nave Prometeo parece indecisa: no sabe muy bien si busca el porqué o el cómo de la existencia humana. Lo que encuentra a cambio, después de un par de días metida en una versión de algún video de Tool, no es un porqué sino muchos, pero todos en el desconcierto de los espectadores de su historia.

Sin embargo, si Prometeo, la película, tiene algún mérito (dejando de lado la fotografía y la dirección de arte, en las que Ridley Scott suele ser bastante pulcro), es el de permitir un ejercicio de definición de la ciencia ficción: el hecho de que resultara decepcionante provocó que buena parte de las reacciones negativas se centrara en listar las “fallas” de coherencia, o de cierta forma de coherencia, cuyo cumplimiento podría servir para caracterizar al género como una forma del realismo. Me permito un miquelbarceloísmo y remito, como ilustración, a la reseña de Howard Waldrop y Lawrence Person en Locus. Tales fallas confirman la existencia de unos protocolos propios de la ciencia ficción, ya sea que estén tácitamente definidos o no, y, de acuerdo con el razonamiento que se indigna por su ausencia, un texto satisfactorio (literario, cinematográfico o de otra clase) debe cumplirlos o al menos reconocerlos. De ese modo, si bien la película “funciona” como suspenso, fracasa como ciencia ficción.

Aunque estoy de acuerdo con esa crítica, considero que la mayor falla de Prometeo está en su incapacidad para sacar provecho de temas e ideas de la ciencia ficción que son importantes para hacer de una aventura en la superficie de otro planeta algo más que una persecución con cascos y lucecitas y algo que se mueve de una forma extraña; temas e ideas que aquí aparecen como lanzados al azar dentro de la narración, tal vez para generar la ilusión de que en efecto se cumplía con los protocolos. Una vez más es posible utilizar la película y establecer lo que puede ser o hacer la ciencia ficción. La búsqueda de los orígenes de la humanidad, el encuentro con otra forma de vida, el encuentro con otra forma de inteligencia (eufemismo entusiasta), la inteligencia artificial (honestamente, nada que no se hubiera hecho ya en 1968), la fe, la inmortalidad: todos están allí, pero aparte de la lista que así lo verifica no hay mucho que hacer con ellos. Y como si la falta de reflexión al respecto no bastara, las pocas explicaciones que se dan, si bien especulaciones de personajes desesperados (y resulta preferible verlas así a creer que en efecto son lo que está en el fondo de todo), resultan insulsas, sin mucha imaginación, humanas, demasiado humanas, y por tanto capaces de rebajar lo que tal vez habría sido más interesante como simple misterio. Luego de ver a los personajes evadir el tentáculo o ser alcanzados por él, poco o nada nos queda de la película, aparte del saborcito de la adrenalina por tribulaciones ajenas y fingidas, que por eso mismo se disipa más bien rápido.

En la tradición de la ciencia ficción religiosa (si podemos llamarla así) se distinguen dos vertientes: una en la que lo trascendental/sobrenatural se ve objetivado, es decir, figura de forma real en el relato y así se problematiza (por ejemplo, El señor de la luz, de Roger Zelazny, o El cálculo de Dios, de Robert J. Sawyer (que a la vez servirían para ilustrar dos versiones de esta categoría: o bien, por evolución o por tecnología, los humanos o algún otro ser alcanzan el carácter de divinidad, al menos en cuanto a su casi omnipotencia sobre la realidad, o bien la existencia del ser sobrenatural antecede a la de la humanidad o la del universo)), y otra en la que la discusión se centra en la religión como fenómeno humano y se analiza sociológica o antropológicamente, con independencia de la existencia empírica o no de la divinidad (Cuna de gato, de Kurt Vonnegut, o Duna, de Frank Herbert (aunque puede argumentarse que Duna está en la línea entre una categoría y la otra (resulta increíble que dos novelas tan distintas puedan encontrarse en la misma clasificación))).

En Prometeo, que tiene un pie en cada una pero ninguno con firmeza, las implicaciones del descubrimiento nunca parecen afectar a la protagonista, extrañamente el único personaje con alguna forma de fe, pues a pesar de que se entiende que la verdad sobre el origen de la humanidad es algo trascendental para ella, se encuentra tan conflictuada estando conflictuada (supervivencia, esterilidad, novio, obstinación, etc.) que no da cabida una reflexión medianamente racional y detenida, desligada del reflejo ante la persistencia destructora (por voraz, por viral) de lo que la rodea. ¿Qué pasa por la cabeza de una científica católica cuando descubre que la humanidad en efecto ha sido creada, pero no por Dios? ¿Cómo concilia esa comprobación con su creencia en la vida después de la muerte, que se presenta como uno de los pilares de su fe? En otras palabras: ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?

“Esto es lo que elijo creer”, responde comodina la protagonista en algún momento, y esas palabras prácticamente sirven como justificación, digo, valoración de la película misma. Otros han preferido una aceptación panorámica y celebran la “expansión del universo de Alien”, aunque esa sea una maniobra que distrae la mirada hacia lo que está o va a estar por fuera de la película e implica el reconocimiento de que algo falta. Un optimismo relativo y sospechoso. Seguramente Scott, director poco afecto a las secuelas (o que hasta ahora lo era), no está interesado en dar continuidad a las ideas y responder a las preguntas que formuló con Prometeo, así que esa tarea va a quedar en otras manos; si más o menos capaces, ya veremos. De cualquier manera, la primera película de la saga de Alien “expandió” su universo como ninguna y lo que vino a continuación, si bien tuvo elementos interesantes, fue bastante desigual y en muchas ocasiones pobre. Para la muestra una precuela. Q.E.D.

Calificación: tres babitas asesinas.

jueves, 7 de junio de 2012

Ray Bradbury (1920-2012)

El último sobreviviente del ABC de la ciencia ficción se ha ido. El mejor escritor del ABC de la ciencia ficción. Es como si de pronto hubiera colapsado un enorme pilar que sostenía al género y entonces nos diéramos cuenta de que abajo ya no hay nada, que todo está en el aire, flotando sin sustento, o que se está desplomando en silencio, muy despacio.

Hay algo en la figura de Bradbury, y ahora su ausencia, que no descifro. Nunca fue uno de mis favoritos —demasiado nostálgico, demasiado neófobo, demasiado dulce—, y aunque disfruté y recuerdo con mucho cariño Crónicas marcianas, no hay un texto suyo que pueda considerar fundamental en mi vida.Y sin embargo...

Es exageración, claro, y honestamente no se puede decir que con su muerte queda un gran vacío para la ciencia ficción, pues lo que tenía que hacer en el género y para el género lo hizo, y con grandes letras. Pero no puedo negar que en un momento como este es más fácil, muchísimo, creer que en efecto la ciencia ficción ha muerto, que es un regalo y un recuerdo de otra época, una máquina del tiempo que no nos pertenece y no entendemos en realidad, mucho menos ahora, sin uno de sus principales inventores.

miércoles, 4 de abril de 2012

Veinte años de ciencia ficción en tres portadas

Artista: Les Edwards
Bantam UK, 1989

Artista: Paul Youll
Earthlight, 2001

 Artista: Stephan Martiniere
Pyr, 2009

lunes, 13 de febrero de 2012

ORYX Y CRAKE (2003) Margaret Atwood

A mi me gusta que al leer ciencia ficción, la parte de la especulación científica sea bien solida. Hay una buena colección de historias que lo cumplen para la física, pero son muy pocas para la biología. Pero sobre todo, me gustan las novelas que están muy bien escritas. Oryx y Crake, de Margaret Atwood (biblio/bio), es una de esas novelas.

El mundo como lo conocemos ha desaparecido, únicamente sobrevive el hombre de la nieve, que es como una especie de guía de unos extraños humanoides, los hijos de crake. El hombre se ha quedado sin comida, así que parte a una ciudad abandonada, y recuerda como en su juventud el fue amigo de Crake (el creador de los hijos), como se enamoró [y obsesionó] de Oryx, y como vivía en una sociedad que colapso rápidamente.

La novela es brutal. Margaret consigue describir una sociedad fuertemente tecnológica y consumista, donde las grandes empresas farmacéuticas y de biotecnología mueven enormes cantidades de dinero, produciendo en forma industrial comida y órganos humanos. Es un mundo de abundancia, pero también lo es de pobreza, y quienes no consiguen vivir de alguna manera empleados por las grandes empresas, se hayan condenados a la miseria.

Es posible pensar que Margaret tiene la ventaja de contar una historia en nuestra propia sociedad, lo que le permite crear un cuadro tan realista del mundo. Pero ciertamente son pocos los escritores que alguna vez han conseguido mostrar nuestra sociedad de forma tan siniestra, y que a la vez sea tan realista, y que este tan cerca a nosotros, quizá demasiado, quizá es por eso que da tanto miedo.

Otro punto fuerte, es por supuesto, su escritura. No es difícil darse cuenta porque consiguió ganar el premio Príncipe de Asturias (el más importante de la lengua española). Margaret tiene un excelente estilo cargado de un humor negro muy sutil. La novela esta llena de detalles y presentaciones que son presentados de una forma realista, al parecer libres de juicios morales, pero todo es una muy bien concebida estrategia, de forma que el hilo moral se percibe, y que el realismo (o mejor, su supuesta neutralidad) suene como una especie de burla. Pero lo que me gusta, es que Margaret no se burla del lector, todo lo contrario, lo invita a que sea el quien da sentido a ese oscuro humor.

Quizá eso sea lo que da ese aire aterrador y perturbador a la novela, el que Margaret haga que sea uno el que le de ese aire a la novela.

Otra punto a favor de la novela, es su manejo de la tecnología y desarrollo de la biotecnología. En pocas historias de ciencia ficción hay un manejo de la biología tan bien planteado. Cierto Margaret no nos da detalles técnicos, pero el ambiente científico y los desarrollos mostrados son muy realistas, con experiencias y desarrollos claramente plausibles, y aunque otros sean ciertamente fantasiosos (específicamente los hijos de Crake), su presencia es justificada para el desarrollo de la historia, y en ningún momento se siente artificial.

Quizá, gracias a sus comentarios en donde muchas veces se refiere con desdén a la ciencia ficción, es que esta obra no fue muy apreciada dentro del fandom de la CF, y es una tristeza, porque la comunidad se puede estar perdiendo de una de las mejores piezas de la primera década del 2000, y para mi, entre las grandes del género.

Muy recomendada, una excelente novela.

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Basada en una obra en macrocaos.blogspot.com.

domingo, 29 de enero de 2012

ESPOSA HECHICERA (1943) Fritz Leiber

Celebrando de alguna manera un poco tardía los 101 años de Fritz Leiber (bio/biblio), es bueno visitar una de sus primeras novelas, y un clásico de la fantasía y horror urbano, Esposa hechicera, una gran novela, aunque presa inconfundible de su tiempo.

Norman un buen día descubre que su esposa Tansy es bruja. Norman, un profesor de antropología y mitología, no puede creer que su esposa se dedique a una práctica supersticiosa y le exige que deje esa costumbre, tras una discusión, Tansy acepta. Pero de una forma desagradable, Norman encuentra que esta en medio de una conspiración contra su matrimonio donde la magia es algo muy real.

La novela es muy buena, tiene un excelente ritmo de desarrollo y mucho suspenso mientras Norman descubre toda la magia y hechicería que hay alrededor de el. Especialmente, digamos que cuando termina como una “primera parte” de la novela, las escena de suspenso esta muy bien lograda. Para los lectores de Leiber la atmósfera es similar a la lograda en las escenas finales de “Nuestra señora de las tinieblas” y de “El soldado más veterano.”

Pero hay dos cosas que no logro conciliar. La primera, es un poco contradictoria para mi, me gusta que Norman tiene que combatir su forma de pensar académica, y que trata de traer una explicación racional a lo que le sucede, el teme volverse loco o supersticioso. Sin embargo, Leiber parece “apoyar” la idea de Norman, al mostrar que el mundo se ajusta al sistema lógico que Norman dedujo... me hubiera gustado más bien que la magia continuara con esa aura de misterio e incomprensión, o por lo menos, que si la explicación se daba, esta fuera un poco más convincente.

Lo otro por supuesto es más de cuando es la novela. Al leer novelas de época, uno acepta ciertas cosas como relativas a su época, pero al ser cada vez más cercana en el tiempo (la novela claramente ocurre en los 40-50s, pero podría igualmente ocurrir en el mundo actual), las diferencias se hacen chocantes. Y la diferencia chocante de esta novela es los roles bien marcados que tienen hombres y mujeres, con hombres trabajadores, mientras sus mujeres son amas de casa que además se dedican a la brujería para ayudar a sus esposos, en una forma de ganar poder no por si mismas sino manejarlo desde sus maridos, dando la razón a aquel dicho de “tras cada gran hombre, hay una gran mujer” y que las mujeres no se emancipan porque es más “conveniente” para ellas que sea su esposo quien gane ese poder.

Es una novela horriblemente sexista, pero creo que es por el ambiente en el que esta. Leiber es ciertamente liberal, como se nota en muchos pasajes de la historia, pero como muchos otros, es igual presa de los prejuicios.

Así que pues bueno, hay que hacer un esfuerzo y aceptar que es una novela de los 50s, que los tiempos eran muy diferentes, y pues creo que no es difícil, porque es una gran novela, es muy divertida, y de cierta forma, ignorando los detalles que mencione, es fácil pensar en que es muy actual!

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