Algunas películas parecen inmunes a las leyes de la física tal como se sufren en la superficie de este planeta. Lo primero que se percibe de ellas es el sonido (más bien ruido), un clamor que viene desde lejos, y luego nos llega la imagen; pero generalmente, cuando llega la imagen nos damos cuenta de que el ruido que la precedía era más bien el estruendo de una caída. Tal es el caso de Cloverfield, como ya vimos (nos hubiéramos comido un helado), y de El orfanato.
El hecho de que alguien se haya molestado en regalar la frase de "La película más aterradora del año" nos deja adivinando de cuál año habla y qué entiende esa persona por terror.
Laura (y digamos que Carlos, su esposo, como para no dañarles la sorpresa de que el personaje es prescindible (pero alguien tenía que manejar el carro)) llegan a una casa antigua, que hace muchos años fue el orfanato donde ella vivió hasta ser adoptada, con la intención de remodelarla y ponerla a funcionar como residencia para niños discapacitados. Con ellos viene su hijito Simón, un encantador McGuffin que recita sus líneas como si la noche anterior le hubieran puesto El sexto sentido para dormirlo y todavía corriera por ahí fascinado con la idea de ver gente muerta cuando grande. Por supuesto, comienza a coleccionar amigos imaginarios, o sea, a ver gente muerta, y después de una discusión con su mamá sobre las impertinencias del exceso de imaginación, desaparece.
A partir de allí Laura, convencida de que los amigos imaginarios de Simón tienen algo que ver con su desaparición, deshace la casa y alrededores (en sentido figurado y en sentido figurante), sin querer admitir que su hijo ya puede estar muerto, al tiempo que su relación con Carlos, que tenía que ser médico, se deteriora con la fatalidad que exige el encuentro entre la razón y lo irracional.
A lo largo de la película se acumulan terrores de toda especie: una enfermedad, un pasado oscuro, deformaciones, crueldad inocente y crueldad premeditada, persecuciones sin presa, merodeadores, malos extras, una médium aterrorizada y fantasmas acústicos. Por fortuna, la música nos anuncia compasivamente cuándo va a pasar algo terrible, lo cual además de terrible debe ser muy veloz porque a veces ni se alcanza a ver. Una Laura tan desesperada por la desaparición de su hijo que sale a quitarles las máscaras a todos (¡todos!) los niños de la fiesta que hay en su jardín, sin importar si son más grandes, pequeños, pelirrojos o niñas que Simón, y un grupo de policías que lo busca con linternas en los árboles y el suelo del mismo jardín con cualquier cara de estar esperando la voz de 'Corten' porque no hubo monedas entre el pasto, van acabando con la credulidad que uno estaba dispuesto a invertirle a la historia y olvidando todos esos terrores. Para cuando llega el final y se revelan las verdaderas intenciones de los fantasmas, la sorpresa que muy seguramente enorgullece a guionista y director porque allí está el giro que hace de su historia de casa embrujada con niño hipersensible y pasado tenebroso algo original, ya nos da igual enterarnos.
Calificación: Un esqueletico y medio.
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