—"Entre los tesoros de la tumba de Tutankamón se encontraba una barca dorada, para que el alma viajara hacia el mundo de los muertos" —dice Zoe.
Me inclino sobre la baranda y miro el agua. No es turbia, como imaginé que sería, sino de un azul transparente y quieto, y en lo profundo el sol brilla con intensidad.
—"En la barca se habían grabado fragmentos de El libro de los muertos" —lee Zoe—, "para proteger al difunto de los monstruos y los semidioses que intentarían destruirlo antes de que lograra llegar a la Sala de los Juicios".
Hay algo en el agua. No se ha formado ni una onda, no hay el más mínimo movimiento que estremezca la imagen del sol, pero sé que hay algo allí.
—"También se encontraron conjuros escritos en papiros que habían sido sepultados con el cuerpo" —dice Zoe.
Es algo largo y oscuro, como un cocodrilo. Me inclino un poco más, aferrándome a la baranda, para tratar de ver en el agua transparente y alcanzo a percibir un destello de escamas. Viene nadando directamente hacia el barco.
—"Tales conjuros adoptaban la forma de órdenes" —lee Zoe—. "¡Retrocede, maligno! ¡Aléjate! Te lo ordeno en el nombre de Anubis y Osiris".
El agua emite destellos, vacilante.
—"No me ataques" —dice Zoe—. "Mis conjuros me protegen. Conozco el camino".
La cosa en el agua se da la vuelta y se aleja. El barco la sigue, abriéndose camino lentamente en dirección a la orilla.
—Connie Willis, "Death on the Nile"
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