sábado, 30 de octubre de 2010

UNA ROSA PARA EL ECLESIASTÉS (1967) - Roger Zelazny

[NOTA: En años más jóvenes (y si no más jóvenes por lo menos más años), cuando todavía conservaba el optimismo de tener algún día disciplina, me impuse la tarea de escribir una reseña de cada libro que leía, inmediatamente después de terminarlo (creo que eso es lo que hace Salvador). Semejante disciplina me aguantó, con mucho esfuerzo, cinco libros, cuatro de los cuales pueden ser de interés para este blog.]

Cuatro cuentos que fueron un feliz reencuentro con Zelazny y con la ciencia ficción de los sesenta. Creo que buena parte de su encanto dependió, precisamente, de haberlos leído con ojo histórico y encontrar en ellos la cristalización de una transición. En más de un momento se piensa en un Sturgeon tecnófilo o en un Bester sosegado, y es el oxímoron lo que da mérito propio y personalidad a este Zelazny, tal vez mucho mejor en extensiones cortas que en novelas (en los cuentos es más literario o experimental (o, por lo menos, es más fácil percibirlo), mientras que en las novelas es más aventurero).

"Las furias" es puro Cordwainer Smith. La estructura, los personajes, incluso algunas frases que parecen textuales provocan, casi como eufemismo, la idea de un homenaje, ya que es tan obvia la alusión (y Zelazny, supongo, tenía edad suficiente como para haber dejado esos jueguitos (había nacido en 1937 y el cuento apareció publicado en 1965)) que cuesta trabajo pensar en candidez. Y aún así, a pesar del pastiche, es un buen cuento. Diríamos, es buen Cordwainer Smith: una prosa encantadora, una historia conmovedora y un estremecedor sense of wonder, especialmente en la descripción del tratamiento, explotación y destrucción de planetas enteros. Es relevante, además, por otras dos razones: una, permite trazar una línea, digamos de influencia o de fluencia, pero más bien de afinidad, entre Smith-Zelazny-Delany, que por esta misma razón pasa de ser línea a ser triángulo, y, otra, al hacer una reinterpretación de una figura mítica en un entorno de space opera o, simplemente, de ciencia ficción, proyecta luz sobre las novelas del mismo tema escritas por Zelazny, estableciendo precisamente un vínculo entre Tú, el inmortal y El señor de la luz y la obra de Smith, cosa que hasta ahora no se me había ocurrido.

"El corazón cementerio", a mi parecer el mejor de los cuatro, aunque tal vez más largo de lo necesario, es una interesante visita temprana al tema de la inmortalidad privatizada o corporativa que tanta felicidad provocaría con su resurrección en los noventa; aunque no se trata de la inmortalidad literal sino de una vida estirada (en su imagen de cirugía plástica) por medio de sueños criogénicos. Aquí, el puente trazado es Zelazny-Delany-Gibson, o sencillamente Zelazny-Gibson, en especial el Gibson primero, de cuentos como "El mercado de invierno" y "Quemando cromo" o de las primeras novelas, con algo de Bester en la actitud aristocrática de los inmortales y sus fiestas. Aunque no especialmente memorables, tiene momentos impresionantes: en la casa de los inmortales; en su líder en una oficina, rodeada de perros de cerámica; en sus finanzas casi omnipotentes; cuando alguien dice que en un mundo donde todo está repartido por partes iguales el mayor lujo es la frivolidad, y en las metáforas extremas de la frivolidad y la criogenia: vivir para dormir y no soñar.

"Las puertas de su cara, las lámparas de su boca" (siempre me ha fascinado ese título, aunque no acabo de entender su relación con el resto del cuento) y "Una rosa para el Eclesiastés" quedan ligados por su intención de narrar a Venus y a Marte, respectivamente, a la antigua usanza, antes de que la obsolescencia reclamara sus formas. Pero semejante intención queda en duda cuando se dificulta descubrir alguna presencia post-Burroughs y pre-Edad de Oro, aparte de los escenarios obvios del océano y el desierto que dejan más una sensación de que pudieron transcurrir en la Tierra, sin necesidad de viajes más largos, lo que puede resultar siendo una trampa. No hay paisajes cuidadosa o intrincadamente construidos, ni un sentido de lo extraño (alienness) evidente; en "Las puertas de su cara" está, por supuesto, la presencia de Ikky, en la que se pretende encerrar todo lo necesario, y en "Una rosa" están los marcianos que, en realidad (y allí el veintiúnico detalle burroughsiano) son humanos, pero no colonos, ni hain, ni otra rama olvidada, ni antecesores, sino marcianos, y prácticamente se espera el encantador acto de fe de la clase de ciencia ficción que se quería emular. Sin embargo, después de eso, los dos cuentos crecen por cuenta propia hasta convertirse en una especie de retoño complejo que pasa por la Nueva Ola y llega mucho más allá, es decir, acá, muy cerca de nosotros, tal vez hasta un Kim Stanley Robinson.

"Las puertas de su cara" es, de los cuatro y desde su título, el que se da más lujos verbales, aunque, a pesar de ello, el menos interesante del libro, pues resulta ser una búsqueda convencional con final convencional. Lo salva y lo salvará el ejercicio reincidente de contar un cuento ya contado, de distinta manera; pero en versiones para ciencia ficción de Moby Dick me quedo con Nova. Viéndolo en relación con los otros tres, es fácil entender por qué fue el ganador del Nébula.

"Una rosa" es, por otro lado, el de mayor sofisticación literaria, en el sentido más (infelizmente) posmoderno de una sofisticación exhibicionista: no hay en él una sola página sin alusión poética o histórica. La presencia de la poesía como tema central lo relaciona con "El corazón cementerio" y permite diferenciarlo de buena parte de la ciencia ficción anterior, recordando la acotación de Disch: "la Nueva Ola era CF con educación universitaria"; y con énfasis en humanidades, agregaríamos. Es agradable imaginar que se trata de una historia que trascurre en Barsoom, tras la llegada de terrestres más interesantes y menos beligerantes que John Carter. Tristemente, la solución de la tragedia marciana es bastante Carter, y eso evita que el cuento sea el mejor de la colección. Sin embargo, su nivel de detalle disperso (la estación humana, el polvo del desierto, parte de la cultura marciana, en especial la danza) hace de él un gran cuento, uno para poner junto a clásicos como Bradbury, Pohl o Robinson.

4 comentarios:

Salva dijo...

Yo de esa antología, los únicos que recuerdo con claridad son los dos últimos cuentos ("las lamparas...", y "una rosa..."), que son los que he re-leído más de una vez, en especial "una rosa..." que a mi me gusto muchísimo, y me gustaba esa imagen así de marte abandonado, decadente y gitanesco. De cierta manera me recordó ese misterioso cuento de Fritz Leiber ("Cuando soplan los vientos del cambio" creo?)

Por cierto, entre las imágenes clásicas de Marte, yo también pondría Weinbaum y a Philip K. ;)

Salva dijo...

Por cierto, sip, aunque no siempre lo hago, en general escribo una reseña en caliente de un libro luego de leerlo ;) [y a veces de una pelí]. Después puedo ver si mi idea cambio, si ahora lo veo más positivamente (!!) o por el contrario más negativamente (casi siempre, :P ajjaja)

F. dijo...

yo tampoco recuerdo esos dos cuentos y dejé que la reseña lo hiciera por mí, pero por lo visto no tiene tan buena memoria.
a Weinbaum no lo incluí porque no lo recuerdo bien y a Dick porque no lo he leído todavía, pero sé que me faltaron muchos. últimamente he descubierto que me gusta la cf marciana... (o sea, claro está, la que escriben los marcianos)

Anónimo dijo...

Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.

- Daniel