En el comentario a un post anterior de Salvador le decía que tal vez era justo y necesario que aceptáramos de una vez por todas nuestra edad mental, consecuencia o reflejo justamente de la clase de lecturas que disfrutamos. En este momento me retracto del plural y me limito a encarar la única admisión que me corresponde. Así que: he visto Fanboys y la disfruté un montón. Y ese tal vez sea el certificado de mi edad mental.
Llegados a este punto toca hacer algunas aclaraciones. Fanboys es una comedia gringa sobre un grupo de fanáticos de La guerra de las galaxias que, en pleno 1998 (¿alguien recuerda “Tubthumping” de Chumbawamba o “In the Meantime” de Space Hogs? (Bueno, “In the Meantime” es una canción que todavía me gusta mucho)), cansados de esperar la hora del estreno del Episodio I, más otras razones algo cursis, como para que no se diga que los fanáticos de La guerra de las galaxias no tienen su corazoncito, deciden hacer un viaje a través de prácticamente todos los Estados Unidos con la idea de meterse en el Lucas Ranch y robarse una copia de La amenaza fantasma. Carretera a un lado, cuyo efecto en el horizontal espíritu americano ya está más que expuesto y analizado, buena parte de la diversión depende de los detalles poco disimulados que se reparten a lo largo de la película para que los mucho, poquito o nada fanáticos de la trilogía original los identifiquen. Es como si se tratara de un quiz de hora y media donde los personajes se preguntan todo el tiempo unos a otros quién hizo qué, quién era qué o por qué algo ocurrió de la forma en que ocurrió, mientras uno de espectador reconoce los sonidos, a los actores invitados y, sobre todo, esa sensación especial que era por partes iguales una emoción intensa de ver un nuevo capítulo de algo terriblemente importante para la propia historia personal y una ausencia casi inverosímil de sentido del ridículo, ya fuera solo por estar allí el primer día o por poder sostener conversaciones prolongadas sobre un tema del cual, prácticamente y en esencia, no hay nada nuevo que decir, siendo justamente esa su gracia.
Fanboys es tan buena comedia como La guerra de las galaxias es buena ciencia ficción. Para alguien a quien no le interese el tema o el mundo secreto de los geeks y sus aburriciones particulares, mucho menos cualquier caricatura que pueda hacerse de ellos, la película se reduce a chistes flojos sobre la vida sexual de quienes no tienen vida social y a una historia de superación que no ofrece nada interesante de La venganza de los nerds para acá. Pero, así como la historia que la inspira, apela a formas fuertes y elementales de la nostalgia y es allí donde las dos logran algo parecido al éxito.
Básicamente no fui un fanático de La guerra de las galaxias porque en las circunstancias en que crecí nadie se imaginaría que algo así (una enfermedad así) fuera posible. No se trata de que no hubiera querido. La idea de esa clase de fanatismo es muy gringa y necesitaba, primero, vivir en una ciudad y, segundo, entrar en contacto con las personas indicadas, y por eso sólo fue hasta muchos años más tarde que entendí que se podía, pero para entonces mi interés ya estaba en otras cosas. Fanboys es por eso un prolongado déjà vu de una de las muchas adolescencias que componen la adolescencia o, en mi caso, una historia alterna de una adolescencia que no fue. Es también una burla (no precisamente una crítica) de la alienación y su choque con otras formas de alienación (una escena memorable presenta una batalla casi campal entre los protagonistas y unos trekkies (“Trekkie es un término despectivo, preferimos trekkers”)). Los personajes se niegan a madurar (incluso mueren jóvenes en la briega), no admiten responsabilidades, no quieren dejar su pasado atrás o están dispuestos a volver a él como a un estado ideal; se toman literalmente la idea del escapismo. Pero no está de más ni es vergonzoso admitir que ese es terreno conocido.
Tal vez sólo leo ciencia ficción y fantasía por puro síndrome de Peter Pan y mi búsqueda del sentido del asombro no es más que una larga e insatisfecha nostalgia. Habiéndolo reconocido conviene que me dedique a defender la feliz inmadurez en todo tiempo y lugar, por lo menos para que no me acusen de inconsecuencia, que es cosa tan poco seria y madura.
Calificación: Tres sables de luz de plástico.
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1 comentario:
Más que la pelí, lo interesante parecería ser "la experiencia" de verla ;)
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