miércoles, 26 de agosto de 2009

En palabras de otros - Joanna Russ

Me cuesta trabajo decir algo sobre este cuento. Los primeros párrafos me fueron dictados en un tono meditativo, razonable y susurrante que nunca antes había escuchado; una vez el daimón se hubo desvanecido —y siempre lo hace— tuve que terminar la cosa por mi cuenta, con una voz que no me pertenecía.

La premisa del cuento no requiere ni de un libro ni del silencio. Voy a tratar de comprometerme. Me parece que (en palabras de la narradora) la igualdad sexual aún no se ha establecido en la Tierra y que (en palabras de GBS) la única razón que se puede dar en contra de ello es que nunca se ha intentado. He leído cuentos de CF sobre mundos sin hombres antes; o bien están llenos de muchachas de busto grande en velos de gasa, que se escabullen por ahí contorsionándose con lujuria (Keith Laumer escribió uno, encantador y divertido, titulado "The War with the Yukks"), o bien las mujeres han establecido una sociedad estática semejante a una colmena, a imitación de algún supuesto matriarcado primitivo. Estos cuentos están escritos por hombres. Por qué mujeres que han estado solas por generaciones deberían "instintivamente" dirigir sus deseos sexuales hacia personas de quienes sólo han tenido conocimiento intelectual, o por qué se supone que los pueblos hembra tienen una preferencia innata por la rigidez bizantina, no lo sé. El "progreso" es una de las vacas sagradas de la CF, así que tal vez la última opción pretende mostrar que, aunque las mujeres pueden llevar una sociedad por su cuenta, no se tratará de una buena sociedad. Es algo adulador para los hombres, imagino. De los intentos que la CF ha hecho por presentar verdaderos matriarcados ("Él será mi concubino esta noche", dijo la Emperatriz de Tsar con frialdad) es mejor no hablar. Recuerdo un muy buen cuento post-bomba de un escritor inglés (otra sociedad estática, con la existencia literal y sobrenatural de la Magna Mater), pero, en general, es mejor sortear el tema sigilosamente.

En mi cuento he usado suposiciones que me parecen ciertas hasta la obviedad. Una de ellas es la idea de que casi todas las diferencias sexuales relativas al carácter, que solemos dar por sentado, son en realidad aprendidas y no innatas. No entiendo cómo alguien puede caminar por ahí con los dos ojos abiertos y las dos mitades de su cerebro funcionando y no caer en cuenta de que es así. Sin embargo, en la CF persiste el mito, como en cualquier parte, de que las mujeres son por naturaleza más dulces que los hombres, que son por naturaleza menos creativas que los hombres, o menos inteligentes, o más astutas, o más cobardes, o más dependientes, o más egocéntricas, o más altruistas, o más materialistas, o más tímidas, o Dios sabe qué, con tal de que sea lo más conveniente en el momento. Es verdad: podemos convertir a la gente en cualquier cosa. Hay matronas de cincuenta años tan domesticadas que cualquier asunto que implique alejarse de su casa supone un continuo alboroto: dónde está la señal de NO FUME, está encendida, cómo me ajusto el cinturón, ay querida ves a la azafata, le está sirviendo primero a los hombres, siempre hacen eso, no te parece terrible. Y lo que resulta más fascinante de todo es que el "macho" fuerte y competente a quien la dama en apuros se dirigió la última vez pidiendo ayuda era Carol Emshwiller. ¡Qué maravilla, señor Mago! Todo ese alboroto no es "feminidad" (algo que los hombres están siempre temerosos de que las mujeres pierdan) sino patología.

Son los hombres quienes se embelesan y se elevan frente al misterio maravilloso de la Mujer, la amorosa Mujer (esto se hace cada vez más difícil de escribir a medida que imagino a quien lee como la George-Georgina de un circo antiguo: una mitad con barba, una mitad con la permanente). En realidad hay muy pocas mujeres que van por ahí sintiendo: Oh, qué fascinante misterio de feminidad soy. Esto deja bastante en claro, creo, cuál de los dos sexos tiene (en general) mayor prestigio, más libertad, más educación, más dinero y, en el sentido que da Sartre, cuál de ellos es el sujeto y cuál el objeto. Todo papel en la vida tiene sus ventajas y desventajas, por supuesto; aquí en Cornell, una furibunda estudiante feminista dijo recientemente ante una audiencia que el hombre que adquiere una esposa adquiere una "esclava vitalicia" (mirada feroz) mientras que el público reía, con razón, y yo me preguntaba cómo me había dejado engatusar para participar en el mismo programa que semejante persona sin agudeza. También creo, como el villano de mi cuento, que los seres humanos nacen con instintos (aunque instintos borrosos) y que ser físicamente más débiles que los hombres y tener bebés marca, en efecto, una diferencia. Pero es una diferencia cada vez menor.

Además, la sociedad patriarcal debe tener un considerable valor de supervivencia. Sospecho que, en realidad, es más estable (y más rígida) que las primitivas sociedades matriarcales de las hipótesis de algunos antropólogos. Cómo me gustaría que alguien lo supiera. Por tomar un solo tema: parece quedar claro que si hemos de medir con un doble rasero sexual, debe ser uno que conozcamos y no al contrario; la potencia masculina es demasiado preciosa biológicamente como para reprimirla. Una sociedad que volviera impotentes a sus biencriados hombres, así como a las damas victorianas se las volvió frígidas, se convertiría rápidamente en una sociedad sin población. Cosas como esas exigen que se especule al respecto.

Mientras tanto, mi cuento. No surge de esta lección, claro, sino de la opuesta. He leído una excelente novela de CF, La mano izquierda de la oscuridad de Ursula Le Guin, en la cual todos los personajes son humanoides hermafroditas, y me estuve preguntando por la obstinación de la lengua inglesa, en la cual todo el mundo es "he" o "she", mientras que "it" se reserva para las máquinas de escribir. ¿Pero cómo puede uno decirle a un hermafrodita "él", así como lo hace la señora Le Guin? Traté (en mi cabeza) de cambiar todos los pronombres masculinos a femeninos, y me sorprendí ante la diferencia. Y entonces me pregunté por qué el "héroe" nativo de la señora Le Guin es macho en todo encuentro sexual importante de su vida, excepto aquel con el hombre humano del libro. Unas semanas después el daimón susurró de repente, "Katy maneja como una demente", y descubrí que estaba en Whileaway, de noche, en una carretera rural. Debería añadir (para beneficio de los dos lados del cerebro, con barba o sin barba, de quien lee) que nunca escribo para escandalizar. Lo considero tan inmoral como escribir para complacer. Katharina y Janet son personas respetables, decentes e incluso convencionales, y si para usted son motivo de escándalo, tan solo piense en lo que una copia de Playboy o Cosmopolitan sería para ellas. El resentimiento hacia el sexo opuesto (Cosmo es peor) es algo que todavía no han aprendido, a Dios gracias.

Que es el porqué de mi visita a Whileaway... aunque no vivo allí, porque no hay hombres. Y si usted, George-Georgina, duda de mi sinceridad al decir eso, entonces debo pensar que es usted un caso sin esperanza.
—Joanna Russ, Epílogo a "Cuando las cosas cambiaron" ("When It Changed") en Again, Dangerous Visions (1972), Harlan Ellison, ed.

1 comentario:

Salva dijo...

Parece que Joanna siempre da en el punto! :D!!