Hace algunos años (2002) Neil Gaiman publicó una novela corta,
Coraline, que alborotó la sorpresa de todo el mundo y que ganó muchas reseñas positivas y algunos de los principales premios del género. Con semejante fanfarria creí entonces que había aparecido uno de esos libros fatales, por inevitables, que hay que leer como sea y recordar el resto de la vida como una de las experiencias imaginativas más intensas; así que lo conseguí, lo leí y me decepcioné. Le eché la culpa al exceso de expectativa.
Ahora, unos seis o siete años después, Henry Selick, el director de
The Nightmare before Christmas y de
Jim y el durazno gigante, presenta una película en stop-motion (claro), basada en la novela, que produce alguna expectativa, aunque, en mi caso, más bien por la hoja de vida del director que por la historia, ya conocida. Sabía que no era por ahí por donde había que esperar mayores sorpresas, así que mi esperanza era que Selick pudiera sortear las incomodidades que me había producido la novela de Gaiman en cuanto a algo que podría llamar falta de ambición y de complejidad, pero no:
Coraline, la película, no sólo tiene el mismo problema de historia que tiene la novela sino que lo magnifica, pues refuerza con personajes que no están en el libro y, en consecuencia, con escenas o situaciones no muy justificadas, ya fuera porque su justificación estaba precisamente en esos personajes o porque eran versiones tibias de otras escenas mejores del libro, la sensación de linealidad y simpleza.
Coraline es una niña recién llegada con sus padres a una casa vieja y enorme donde se aburre montones, entre otras cosas por que sus papás son adictos al trabajo y prácticamente no le ponen atención, y que, en busca de algo que hacer, conoce a sus vecinos, un par de ancianas que alguna vez fueron actrices de teatro, las señoritas Forcible y Spink, y un viejo inmigrante que entrena un circo de ratones blancos, el señor Bobinsky, y recorre la casa para terminar topándose con una pared de ladrillos oculta detrás de una puerta. Luego resultará que la puerta lleva a otra casa igual a la suya, donde encuentra a su Otra Mamá, dispuesta a hacer realidad para ella todo lo que desee. Pero poco a poco Coraline va a darse cuenta de que las cosas no son tan bonitas y que tiene que escapar del mundo de la Otra Mamá antes de quedar atrapada allí para siempre. Si les digo cómo termina y cómo lo logra estaría subestimando su capacidad de deducción.
Como lo decía antes, precisamente uno de los problemas es la falta de azar. Una vez la historia se pone en movimiento todo ocurre con un sentido de la oportunidad abrumador, especialmente en la película, donde hay tantos dei ex machina que es casi inevitable emparentar a la pobre Coraline con Harry Potter u otros primos, lo cual es injusto porque por poco que la quiera no es desprecio lo que siento por ella. Cuando leí la novela tuve la sensación de que Coraline era un personaje valiente, pero viendo la película sólo queda la sensación de que es muy suertuda.
De lo que Coraline no estaba enterada (y, por extensión, no lo estaba Gaiman pero sí Selick) es que apenas un año antes de la aparición del libro, otra miembro del club Las niñas de la Otra Parte había cruzado una puerta diferente y había tenido que aprender a ser valiente para salvar a sus papás, convertidos en cerdos por la bruja que administraba el balneario de los dioses, expedición que había cambiado, una vez más, las reglas del club. Desde entonces el acto de cruzar puertas supone responsabilidades creativas (de parte del autor, por supuesto) que Gaiman no supo tomar y que Selick simplemente no vio.
Sin embargo, para que no se diga que todo es llanto, es una película que vale la pena ver así sea sólo por su diseño. El nivel de detalle y de imaginación es impresionante y hermoso. No hay una sola pieza, color, textura, fuera de lugar. Simplemente sufre por el desequilibrio con respecto a su historia y personajes, y eso es algo de lo que ahora puedo culpar con certeza a la novela. De cualquier manera, de las dos películas con botones que hay actualmente en cartelera,
Coraline vale mil veces más la pena.
Calificación: Tres botones y medio.