Ponyo o Ponyo en el acantilado o Ponyo junto al mar o Ponyo en el acantilado junto al mar, pero no El secreto de la sirenita, y mucho menos Ponyo y el secreto de la serenita, parecería ser la película de Hayao Miyazaki más apropiada para un público pequeño. Su paleta de colores es algo totalmente diferente a lo que había utilizado antes y contrasta bastante, sobre todo, con la de las películas inmediatamente anteriores (y en consecuencia, con su humor): La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro y El castillo ambulante. Los fondos son hechos en pasteles que les dan una textura inacabada, como de boceto brillante y ambicioso, y los dibujos también son más sencillos que los de las últimas películas, más planos y de líneas más básicas. Y, como era de esperar de Miyazaki, está llena de imágenes absolutamente hermosas. Ponyo corriendo sobre los lomos de las olas tratando de alcanzar a Sosuke; un mundo sumergido compuesto por casas y calles deshabitadas, recorridas por toda clase de criaturas de mar, incluso peces de edades remotas de la Tierra, como si se tratara de un Ballard para niños, a la vez que de una inversión de la imagen del tren sobre el agua en Chihiro; Ponyo y Sosuke navegando sobre un barco miniatura, etc.
La historia de Ponyo está basada, o al menos eso podría pensarse, en “La sirenita” de Hans Christian Andersen, y es una bonita revisión del cuento que incluye otros elementos modernos pero no desconoce el final original, que aquí incluso se reinterpreta (y no precisamente al terminar sino en medio de un diálogo) como una visión esperanzadora contraria a la tragedia sombría y dolorosa que Disney ya había tenido que endulzar. Ponyo es un pez (no una sirenita), hija de Fujimoto, un mago que alguna vez fue humano y que ha dejado su mundo atrás, y de una criatura marina tan terrible como hermosa, o por lo menos hermosa para los estándares narrativos. Pero Ponyo también es una aprendiz de magia (importante para la historia, con todo y las posibles alusiones a Fantasía de Disney) y siente curiosidad por el mundo de los humanos, por lo que escapa de la vigilancia de su padre y llega a la playa, donde la encuentra Sosuke, un niño de cinco años, hijo de una enfermera de un hogar de ancianas y de un capitán de barco que pocas veces llega a casa. Por supuesto, Ponyo y Sosuke se hacen amigos y, cuando Fujimoto encuentra a su hija y la lleva de vuelta al mar, comienza la historia, o algo así.
Realmente, poco ocurre en términos de conflicto, tal como pasaba con Mi vecino Totoro. Los personajes, incluso los menos importantes, como las ancianas del hogar o el papá de Sosuke, están tan bien construidos que la película consiste simplemente en "verlos ser" más que "verlos hacer". Ponyo y Sosuke nos recuerdan a Mei y Satsuki de Totoro, maravilladas con el mundo que ven y corriendo de un lado a otro riéndose y repitiendo lo que los demás dicen. Estos cuatro personajes son, tal vez, los mejores niños, o mejor, los niños más auténticamente niños que he visto en cine. La personalidad de Lisa, la mamá de Sosuke, está tan bien retratada y descrita a partir de las escenas en que la vemos conduciendo que es casi doloroso creerlo. Fujimoto es una caricatura (deliberadamente: su figura es la menos “realista” de todas, con ropa de colores, cabello naranja, nariz y ojos grandes y unas ojeras que le dan un aspecto de maquillaje), pero como tal resulta ser también más complejo de lo que parece en un primer momento: lleva tantos años viviendo solo en el fondo del mar que tiene la costumbre de hablar consigo mismo en voz alta, lo que Miyazaki aprovecha para darnos información sobre la historia. En fin, si se tratara de una película convencional se diría que tiene excelentes actuaciones, pero, siendo como es una construcción total, el hecho de que sean personajes ficcionales, es decir, construcciones también, es algo aún más memorable.
Pero así como comparte buena parte de la sencillez y la ingenuidad elemental de Totoro, Ponyo llena, en cambio, con palabras y explicaciones lo que en la otra son silencios y misterios que no necesitan solución. El aspecto fantástico de Ponyo (a medio camino entre mito y cuento de hadas) no prescinde de nombres y razones que tal vez ponen demasiado en claro que hay un mensaje, mientras que en Totoro el silencio convierte a los seres sobrenaturales en algo inescrutable, algo con lo que se puede entrar en contacto pero que tal vez no sea posible llegar a entender. Sin embargo, en las dos es evidente que no se trata de entender, que esa no es la forma en que sus protagonistas se relacionan no solo con lo sobrenatural sino con las fuerzas de la naturaleza, especialmente porque el entendimiento está más allá de su interés.
Miyazaki nunca ha ocultado su preocupación por el daño que le hacemos a la naturaleza y por la necesidad de hallar un equilibrio que nos permita vivir con ella más que coexistir en estado de lucha, como si peleáramos por el dominio de un planeta que, finalmente, no es un territorio, ni siquiera un lugar, mucho menos una zona estratégica, sino nosotros mismos junto con otro montón de seres (todos los demás seres, para ser exactos). Pero en Ponyo, así como ya había ocurrido con La princesa Mononoke, el mensaje está casi al mismo nivel que el resto de la historia, a veces incluso un poco por encima de ella, y eso es algo que la desfavorece.
Calificación: Cuatro baldes.
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